martes, 28 de febrero de 2012

Ella.

Ella ya no se da cuenta. Camina por una avenida de sueños, ilusiones y cuentos. Nos habla de cómo vivió allá y acá, de cómo vio todo construirse, de cómo es ciudadana del mundo. Ella es amiga de todos, y todos la quieren a ella. Ella sonríe, con los pocos dientes que adornan su rostro, y esas arrugas que caen gentilmente sobre su cara. No espera que nadie la entienda ni que le responda, incluso que le hagamos caso. Muchas veces, yo no lo hago. Solo quiere que la escuchemos con sus historias fantásticas y sus recuerdos de amor.

Porque ella amó, hace mucho, a un hombre.

Ella tuvo esa suerte, ya que en sus tiempos, todo el mundo se regía bajo en dedo cruel y mandatario de quien creía que era lo mejor para el resto. Ella no, ella eligió a quien sería el compañero hasta el fin de sus días. Los de él. Siempre que puede me cuenta, orgullosa, sus viajes juntos. A veces como secretos, a veces como momentos divertidos, juegos celestiales que se asoman en sus ojos con lágrimas cristalinas que rebelan que él ya no está. Que lo extraña y que espera verlo pronto. Me cuenta cómo se conocieron, no menciona su nombre y sonríe nuevamente con esa mueca entre triste y feliz.

Y yo pienso, Dios, aunque sea, dame un pedacito de ese idóneo, que ella encontró.


Yo creo, que cuando habla de él, ella es más lúcida que nunca, porque si bien, no se puede vivir del amor, a veces son esas cosas milagrosas las que nos salvan de morir de pena. Y esos cuentos que ella tiene, en los que es reina del mundo, le dejan taparse los ojos y no ver que ya no hay nadie a quién mirar.

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