sábado, 18 de febrero de 2012

Lágrimas y una bonita sonrisa de un chico bonito.

Sentados en el carro, nos abrazamos, fue como esos fines de películas en los cuales, las parejas de dramas felices, se miran y saben que se aman eternamente, porque su eterno es el final feliz que los une. No nos miramos, porque cuando nos abrazamos solo nos hundimos el pelo del otro y nos dejamos consolar.

No lo escuchaba llorar, porque sé que no se dejaba, solo escuchaba su respiración alta y que resoplaba, como agitado. Recordaba esos ojos rojos que me miraron antes que, en un acto inmediato, nazcan mis brazos a su rededor. Saqué la llave del carro y los ruidos de él, pararon.

Vamos al parque, a nuestra banca donde siempre lloramos.


No quiero... Que me vean llorar


Nos miramos un rato y no nos decíamos nada, su cara estaba con el rostro encogido. Le saqué los lentes y le volví a abrazar. En esa clase de abrazos que son largos y sanan. No sé en qué momento salió la conversación, no son de formas planeadas, son de esas formas extrañas y curiosas, como nuestra amistad. Un beso cayo en una mejilla y la sonrisa floreció.

Te quiero, Claudia.


Esa necesidad de invadirlo y los nobles sentimientos cayeron como algodón. Un beso en la mejilla, un beso en la boquita.

Te amo, Elvis. Te amo mucho.


Y una bonita sonrisa, se asomó.

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