miércoles, 7 de septiembre de 2011

No puedo decir adiós.

Acaban de darme la noticia, la señora, esa señora, my lady. Se va. No es repentino, estaba casi predestinado. Todos nos vamos en algún momento, pero no quería pensarlo. Esto es más emocional de lo que pensé. En casa, todos hemos comenzado a rezar.

Nadie imaginó que fuera tan rápido y a la vez, tan lento. La noticia nos ha dado como un cachetadón en el rostro y nos asusta, porque sabemos que su vida se deslizará tan lento como el sol a media tarde en verano. Un verano que no volveremos a ver con ella, bajo su amplio sombrero de paja, y sus ojos de líneas azules. Cuanta tristeza, dolor del corazón.

Entonces, todos nos arrodillamos y rezamos, pedimos a Dios tiempo y milagros, más allá de las palabras de los doctores, y porque si bien ella quiere irse, mi cuerpo no quiere dejarla, sus hijos no quieren dejarla. ¿Qué será de ellos sin su madre? ¿Qué será de ellos en su abandono? No quiero pensar en eso, no quiero ni imaginarlo. Todo se vuelve tan terrible, tan nubloso y veo los ojos de mi hermano cerrarse profundamente.

Mi madre, con el cuerpo ennegrecido y los ojos en sombras moradas, nos mira contándonos su situación, baja la cabeza y no nos mira. Mi papá, tan insensible casi siempre, muerde su camisa y baja los ojitos. Todos somos atentos, y nadie sabe creer, porque nadie quiere creer. Es como las hadas, quizás, si no creemos en eso, se esfume, y no sea verdad. Y ella se quede, su enfermedad se vaya tan lejos que su sonrisa solo quede para nosotros y sus hijos. ¡OH! Maldita sea! ¡SUS HIJOS!

Qué será de ellos ahora? Huérfanos de una figura paternal, y ahora que su madre los deja por su Dios del cielo, por una voluntad más fuerte que se la lleva, ¿qué será de ellos? Me desespera imaginar en su futuro, en su fortaleza o en su falta de ella. Porque lo amo más quizás que su madre y porque lo necesito a mi lado casi tanto como a my lady. No quiero que sufran ni que se pierdan en el dolor hueco y negro que podrían generarles su partida.

Entonces, no te vayas señora. No te la lleves Dios. Se grande, quítate este mal y no alejes de este mundo terrenal y lleno de malicia de terrores. Sé que el Cielo implica un descaso infinito, pero aquí mi pecado es amarla y no dejarla ir. La necesitamos, la necesitamos en nuestro hogar, con sus miradas pequeñas, con sus preocupaciones y sus bondades. La necesitamos aquí. Damos ese placer y déjanosla, porque eres grande y ella también. Terminal es una palabra tan fea que my lady no tiene porque escucharla ni ahora ni nunca. Así que que sácala de ella, remuévela  y dámela a mí de alguna forma.

Así ella se queda con nosotros, con sus hijos, y conmigo.

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