Tus cabellos largos, lacios que me hacen cosquillas en el rostro, el sentir caliente de tu cuerpo, de tu sangre escarlata que se disuelve en la eternidad de tu ser y, a la vez, en todo lo finitio que te conforma. Tus ojos pequeños que rebelan a duras penas que sucede en ti, en tu interior que, como un secreto, se esconde del mundo, de lo ajeno.
Se cierran, se abren y nace una sonrisa inesperada, de aquellas que dices no saber crear pero que, en la espontaneidad de lo mundano, gestas con simpleza y una felicidad anhelante. Desde la esquina de tus labios, los muerdes coquetería ingenua y prosigues con el habla que tu voz afautada y agradable puede reproducir naturalmente como lo es para el hombre, para la mujer, para ti.
"Para el amor no hay permiso" No, lo hay. ¡Y cuán bello es saberlo!
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