Seguramente ahí estaba, blanca, larga e iluminada sutilmente, descansando sobre el escritorio de madera de un marrón que me gusta y en el cual, horas antes, me escondí de forma traviesa y fingí dormir. Seguramente ahí estaba junto con los esbeltos lapiceros que manipulaste y que sin mucho pensar, formaron parte de un pasado cuando ocupe el lugar físico. El poder de algo que comienza, de la sangre que late fuerte en ti y en mí. Seguramente ahí estaba con los primeros trazos de un trabajo que no concluimos, podía esperar, en esos momentos todo podía esperar.
La curva tibia de la espalda de un bronce claro, las huellas rosáceas de un recuerdo, de un momento que casual se desprende la oportunidad. Sí, en ese momento fuimos oportunistas, ¡y de los mejores! "Porque cosas así no pasan dos veces." "No, no lo hacen cariño."
Los pasos lentos, guiados por la confianza hacia un capullo turquesa, mueren tras la penetración de un ambiente meditabundo. De repente el aire toma un color anaranjado y el sol se asoma en la piel, con un ritmo símil, como una danza heterogénea que con el paso del tiempo comienza a ir a la par.
Es cosa de aprender, como bailar un buen tango.
De entre los murmullos nace una idea, y tras esta una sonrisa y una afirmación inmediata. Otra risa, y aquellos que fueron uno se disuelven para luego volverse unir tras un manto nuevo. Una distinta exploración.
Otro ambiente, el suelo níveo que hiela la planta sensible y las paredes que escarapelan el acceso a los nervios de miel. No, no es el mismo espacio, es otro, es cerrado y es perfecto. Escucho como caen gotas centelleantes, plateadas, todas a la misma vez, como con un apuro indescifrable; mientras el brillo tornasol juega alejándose y luego tomando poder entre el imaginario corpóreo al que envuelvo y que me recibe, me encarcela y me encanta. "¿Todavía no?" "No, todavía no."
El tiempo se vuelve propicio y se gesta de ahí, la emoción. Uno, dos pasos y una nueva frialdad embarga la percepción humana, una frialdad que de a ratos se calienta y encaramela el alma. Bajo el agua constante se empapa el ser y la idea de exploración vuelve a ser nombrada. Se da a luz un cuento.
El cuento de Chomp y Chocolate
Como entes, sorteamos el aire y las respiraciones sonrojadas. Giros sutiles, giros que desvanecen aquel temblor inquieto de mi cuerpo y el suyo. "No sé relatar" suena como un suspiro en el aire de mi mente embelesada antes de reposar la cabeza en el pecho ajeno y cercano, tibio y enfriado, mío pero que, a la vez, no es de mí.
Esta clase de momentos es en los cuales el tiempo se desintegra. Los átomos fugaces de las horas no se cuentan como el ser racional podría, porque el ser racional ya no existe, se ha desmaterializado como un ser finito, ha desarrollado la capacidad de fusión, de emblemarse contra otro mediante llamaradas, palabras sedosas y el roce lento del aire tibio y la materia en ebullición.
Y es así como todo pasa, todo sucede en el pequeño universo que se ha creado, un universo para dos o para uno. No importa, no ahora que rugen los mares rosados de la piel caliente, las voces roncas que evocan, piden o exigen, y el rose sedoso conmueve el placer con una sonrisa.
Te quiero.
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