Entonces se agarro la cabeza e introdujo los dedos dentro, entre el cuero cabello, como recorriendo toda su amplia y nueva cabellera. Frunció las cejas y suspiró una, dos y hasta tres veces. Cerró los ojos. Estaba sentada.
Era una cuestión simple, creer o no creer. Y ella, sin querer queriendo, ya se había decidido, no creería. Sabía que siempre debe darle espacio a la duda. Bufó. Pero a veces ese espacio o es demasiado grande y sobrepasa las expectativas y es aprovechado inescrupulosamente, o es demasiado pequeño y te mantiene sentada, porque la duda ya es gigante para caber en un hueco tan chiquito. Es como meter algo cuadrado en algo redondo, como dijo alguna vez. Ya nada entra en su lugar.
Se dio contra el espaldar de la silla y miró la pared, tenía las pupilas desorbitadas, muy abiertas y el cabello desordenado. Las manos reposaban, casi cayendo, en sus piernas, y tenía unos pares de ojeras colgado, moradas, bajo sus ojos. Se le veía cansada. Cualquiera que la hubiera visto, hubiera dicho eso. Nadie se hubiera dado cuenta, que ella ya había llegado a una decisión, y que esa decisión afectaba un poquito -porque nada se sabe del futuro- lo que vendría más adelante en sus días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario