Así era la buena soledad.
Varias veces mi mamá me ha dicho que mire el agua, ambas, sentadas, flotando en la piscina mirando desde un lado toda la piscina del Chama, me repite nuevamente que mire su ulular. Yo miro y no pienso en nada. Ella me dice que es tranquilizador, yo me muevo de un lado al otro inquieta, porque me da frío estar quieta en la piscina y no quiero hacer sus ejercicios gimnásticos, quiero nadar. Entonces nado un par de largos para cansarme y regreso a ella y me repite lo mimos, como si se lo hubiera olvidado.
Entonces, mientras estabas durmiendo -o intentando dormir- en un cuarto del yate decidí dejarte ahí, porque hacía unas horas el chico había hecho una insinuación poco glamorosa de que podíamos estar haciendo el amor ahí y eso no me agradó, sonó muy mañoso porque no se dió cuenta que cuando lo dijo yo estaba sentada a su lado. Y salí porque estabas dormidito y yo no tenía nada que hacer ahí.
Salí con la mayor gracia que pude, con la mejor que logré encarnar, luego de tanto trompicón en ese yate movediso. No me choqué con nadie ni golpeé dramaticamente a nadie como pensé que haría, llegué a la puerta y la china loca me miró con su cara de tengo mi cámara y no puedo salir, putamadre. Salí cuidadosamente porque ya no había nadie en la punta del bote.
Todo estaba mojado, y las olas se empinaban para mojar la superficie del bote. Me senté en cunclillas mirando como todo el mar se eregía frente a mí, pensé en sentir mareos y miré en diagonal, como nadando en diagonal, todas las olas comiendose entre ellas, levantandose y enrollandose. Y las gotas de agua que me chocaban en la cara y mojaban mi ropa. Y mi pelo que se levantaba extrañamente por el viento salado, porque era la única ahí.
Y así era la soledad, la soledad de nadie que esta ahí, pero que no se necesita a nadie más. Porque no necesitas a nadie que te diga lo hermoso que es ver cómo en mar se come entre sí, como se enrosca entre sí y se envuelve y vuelve a envolver en mareas azules, como las rocas, islas naranjas del fondo señalan el infinito que no llegaré a tocar nunca o que no anhelo a tocar, porque no anhelo nada. No cuando solo pienso que estoy sola, en medio del mar mirando como la vida se enreda entre mis manos y se disuelve entre mis dedos como las gotas de agua salada, mirando una línea en el horizonte.
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