La luz era tan poca, no, no había luz. Estaba nula. Pero le veía lo necesario. Sonreí. Acaricié su rostro ovalado y su cabello sedoso. Es bello ¿lo sabrá? Se lo digo siempre que puedo, ¿me creerá? No lo sé, yo solo se lo seguiré diciendo.
Por un momento sentí miedo, todo era tan nergrísimo y la luz, la luz lucía tan, tan lejana. Pero él estaba ahí, abrazándote. Exacto, estaba ahí, y su carita espectante, sus ojitos curiosos y su piel tibia. -¡que dulcísima su piel caliente!- le besé y me acomodé cerca, lo mas cerca a él que pude, con las piernas entrelazadas, como si de eso dependiera la vida.
Y le abrazé a oscuras, sin miedo, entre risas cortas, voces pausadas y murmullos.
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