lunes, 12 de octubre de 2009

El pasadizo de la entrada

Un día sin nombre me tomé la libertad de ir a su casa. Habíamos planeado toda la semana vernos y le extrañaba, le extrañaba mucho.

Para explicarme claramente debo comentar que suelo hacer dibujos siempre. Pequeños pedazos de fantasías que nacen en mi cerebro que siempre amenizan las miradas de mis amigos y la mía misma. Una en especial iba a ser pintada en su pared aquel día sin nombre: La Super Vaca Voladora ¿Cómico el apodo no? Quizas bordea la ironía pero me gusta y me alegra que a él le haya gustado también.

Nuevamente, el ir no me costó y -nuevamente también- llegué tarde. El camino era natural y verme ahí parada, frente a su puerta me alegró, era como una inyección de sabores agradables, de recuerdos memorables y sonrisas preciosas ¡como la de él!

De pronto, me pareció verle por la ventana, no estaba segura así que afiné la vista. Sí, había sido él y ahora me abría la puerta con su cabello largo, sus ojos chiquitos y alegría de siempre. No lo había visto en una semana... ¡UNA SE-MA-NA! pensando eso me lancé a su cuello y le besé. Sus brazos me envolvieron tan cálidamente y me acomodé en ellos.

Le había extrañado ¡Le había extrañado mucho!

Le agradecí un detalle que había dejado en mi puerta en la mañana: unas flores rosadas preciosas, un gesto tan inesperado como encantador. La mejor forma de comenzar el día creo yo. Sonreí enormemente mientras me soltaba de él y caminamos escaleras arriba.

Luego de saludar a su madre entramos a su cuarto donde conversamos sobre donde iría la tan mencionada caricatura y comencé a bocetear. Durante las horas siguientes pintamos y contamos con la participación de su hermana, tan linda como solo ella puede ser.

La pared lucía un cremoso celeste. Si fuera una vaca voladora me sentiría bien de inmortalizarme aquí pensé tontamente. Creo que pintan su pared todos los años.

En un momento, cuando el sol había desaparecido del cielo, salimos a su jardín donde hablamos de ella y de él hasta que el viento enfrió lo suficiente como para tener -sí, tener- que entrar. Antes de eso habíamos conversado mucho y me quede pensando nuevamente si es que lo nuestro tiene definición y si ,tan casualmente como puede ser, aquellas nubes plomas en el cielo imitaban mi repentina confusión.

Así como ellas bailan en el amplio cielo, los pensamientos se crean y vuelan en mi cabeza pensando, siempre pensando.

Estabamos manchados por la pintura, parados en el pasadizo de la entrada de su casa y decidiendo por donde entrar de tal forma de pasar desapercibidos. Bromeó sobre algo conmigo y yo le repondí pero debo ser sincera que poco recuerdo. Hay un momento que acapara mi mente cuando pienso en ese lugar, en la entrada al taller y las escaleras. Vaya recuerdo.

Parada frente a él, su sonrisa coqueta apareció y no pude hacer más que sonreír de vuelta. Nuestros labios estaban juntos de nuevo y eso no lo hubiera cambiado jamás.

Alguna vez escuché de una actriz famosa que la sumición tenía cierto carácter de sensualidad. Cuando lo leí pensé que estaba loca, que era un comentario tontísimo y que seguramante algo de machista debía tener. Prácticamente me ofendí como mujer.

Ahora, me veo en la obligatoria necesidad de decir que aquella señora tenía razón pero debo ser explicativa, no me refiero a una sumición que implique abuso, sino dejar de tener el control por un momento y que el otro sea quien lleve la situación. Es realmente genial.

Siempre tan suave, sus manos encajaban mi rostro o tomaban mis caderas con ternura. No se bien en que momento todo comenzó a dar giros de 360° ni tampoco sé cuando dejaron de hacerlo. Prontamente ya no había ningún espacio, no había pared alguna contra mi espalda ni piso que mis pies alcancen. Mis ojos y mis oídos solo se accionaban ante el tacto de él y nuevamente, ese ritmo sensual acariciaba como terciopelo mi cuerpo y el de él. El tiempo tomó un real caracter relativo. No existía, nada existía; quizás ni yo misma porque lo que sentía cual efervescente en mí y no podía ser real.

¿O sí podía?

Sentí por primera vez sus manos pasear mi espina, mi piel y suspiré. Encontré mi boca y sentí la suya, era como una fricción, chispas ardientes que embrujaban mis labios y los deleitaban con un compás que parecía acelerar de una manera imperceptible. Enredó sus dedos largos entre mi cabello y desaparecí nuevamente ante un brillo cálido y apastelado que me iluminaba casualmente. Todo se sentía esfumado pero presente, alcancé su cuello y me estreché a todo él fluyendo en conjunto a una sensación electrica que viajó a lo largo de mí. Pausadamente lo sentí irse e invadida de esa sensación preciosa no quise alejarme. No me moví pero no impedí que él lo hiciera.

¿Qué hora es?

Llegó su voz a mí como un hilo ajeno. Seguía con los ojos cerrados y concentrando aquella calma algodonada que sabía delicioso. No me importa dije, y realmente no me importaba, nada tenía suficiente valor salvo él y ese beso que descanzaba aún caliente sobre mis labios carmín.

Sentí su sonrisa asomarse y poco a poco regresé de aquel lugar que me había embriagado. Estaba de nuevo en el pasadizo, con la luz baja y las paredes blancas, la puerta del taller abierta y las escaleras asomándose en la esquina. Todo había sido real ¿Era eso posible?

¡SÍ! ¡SI LO HABÍA SIDO!

Y mi corazón latió frenético, un respiro profundo llenó mis pulmones y su presencia agradó cariñosamente mi vista. En aquel momento pude entender que en aquel momento glorioso donde el tiempo fue relativo, donde no había espacio, donde sentía mi cuerpo tras su tacto, donde danzó un ritmo indescriptible y donde una paz abrigaba mi derredor

Yo había sido suya y él había logrado besarme el alma.

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