lunes, 31 de agosto de 2009

30 Minutos

Estaba yendo a visitar un amigo, vive lejos pero hay un carro que me lleva directo a su casa, lo cual simplifica mucho las cosas. Estaba ansiosa de verlo, emocionadísima aunque cierto temor picaba mi piel. No suelo ir en micro sola -no ha habido muchas ocasiones- e iba a ser la primera vez que recorrería tal distancia.

Respiré profundamente... Una, dos y hasta tres veces mientras miraba el Puente Benavides desde la Ricardo Palma. Había poca gente arriba ¿Estaría vacío abajo? Pronto lo averiguaría, total, debía bajar. Estaba tarde.

Comencé a caminar rápido entre las pocas personas y baje entusiasmada ¡Sí! Pensé. No había casi nadie, solo tres personas: un joven que esperaba, el datero y una señora vendiendo golosinas.

El carro que dice "San Bartolo", pregunta si va a Venecia

La voz de mi amigo resonó en mi cabeza, el micro no tardó en venir, lo miré de lejos esperando mientras con mi pie derecho tamboreteaba el asfalto. Era marrón con naranja y decía San Bartolo adelante. ¿Va a Venecia? pregunté, el cobrador me miró con los ojos bien abiertos y dijo que sí "Sube sube" y eso hice.

Había bastante gente, los asientos estaban copados por lo que iban algunos parados. Cuando subí sentí la mirada de muchos en mí. Bajé la cabeza y me coloqué cercana a la puerta.

Aún dándoles las espalda podía sentir los ojos de muchos sobre mi cuerpo, no quería voltear; no obstante, mi curiosidad innata me obligó. Di una vista panorámica y de apariencia distraída para ver a todos los pasajeros que compartirían conmigo cerca de media hora de viaje. Me sorprendió notar que me observaban más mujeres que hombres y me alivie. Solté un sonoro suspiro y me espabilé de una frenada abrupta.

Pasaron el Tottus de Atocongo y de ahí no logré reconocer nada, no entendía bien donde estaba y quise maldecir por no tener a mi amigo a mi lado. Mierda, no tengo saldo me acomodé sobre mi sitio y di paso a gente que subía. Pasaron varios minutos antes que mi celular vibrara inquieto en mi bolsillo.

-¿Aló?- Hablé nerviosa, no había visto quién llamaba y me percaté que de pronto el micro se volvió silencio absoluto.

-¡Hola Claudia!- era mi amigo, sentí mi pecho engrandecer y sonreí -¡Elvis! ¡Ya estoy yendo!- Hizo un sonido con la boca de incomodidad.

-¿Dónde estas?- Bufé irónica -En el micro- Se rió ante mi burla -Pero en que parte de la Panamericana?-

Por primera vez, bajé la vista por la ventana y observé, el terreno era arenoso -o al menos con mucha tierra- que se levantaba con el viento -No tengo la más mínima idea-

Fue ahí cuando denoté que aquella incomodidad era preocupación -Dame alguna referencia, lo que sea que veas- Fue cuando el cobrador comenzó a gritar algo "Puente Alipio, Puente Alipio ¿Baja?" con su voz ronca hacia todos los que estabamos en el carro.

-¿Escuchaste?- le pregunté, sonreí de nuevo -Sí, en un rato te vuelvo a llamar, pídele al cobrador que te avise cuando estes en Venecia por favor- Le prometí que así lo haría y así lo hice, nos despedimos poco después con su voz nerviosa y la mía mucho más tranquila.

Después de un rato tuve la oportunidad de sentarme y darme cuenta de lo obvias que se habían vuelto las miradas que había ignorado gracias a la llamada, me sentí como una publicidad de Las Vegas, iluminada con luces de neón. Comencé a encarar los ojos de vuelta en búsqueda de averiguar que era lo que tanto observaban en mí; luego de un rato me aburrí, cedí mi asiento a alguien que subío y miré hacia la ventana.

Me puse a pensar que era lo que podía ser tan llamativo en mí, no había vestido nada en especial ni me había maquillado -AJJ- mi cabello estaba como siempre, algo desordenado; no obstante, seguía sintiendome como la lentejita marrón, aislada de algo sin saber como.

Elvis volvió a llamar, le dije el nombre de una gasolinería pero esta vez no me respondió, parecía estar ocupado y colgó rápido.

En uno de los tantos paraderos subió mucha gente y todos quedamos como en una lata de sardinas, apiñados y acalorados. Comencé a preocuparme ¿Acaso nunca llegaría a Venecia? ¿O ya lo había pasado? ¿Qué pasaría si lo había pasado? No conocía nada en ese lugar, no tenía saldo y no sabía donde encontrar un teléfono público. Comencé a sudar frío.

Eran las 5, el cielo oscurecía azul.

De pronto, el micro dió una vuelta que me descolocó de mi sitio y el cobrador preguntó -nuevamente- con su voz ronca y ácida Venecia ¿Baja? Mi corazón latió galopante y mi voz resonó aguda ¡SI! Baja Venezuela me confundí al decirlo y unos señores cerca se rieron de mí; aun así, no tuve tiempo de avergonzarme, ya que estaba deslizandome entre los cuerpos veloz hacia la puerta.

Bajé de un salto y corrí al asfalto de nuevo, me paré y respiré profundo... una, dos y hasta tres veces.

Elvis no estaba ahí esperándome. Quise quejarme pero algo recorría mi cuerpo, algo feliz, había viajado un laargo rato sola -sooolita- y había llegado a mi destino entera. Sonreí ampliamente.

No pasó mucho hasta que una risita alegre apareció caminando hacia mí, mi amigo estaba ahí y se le veía tranquilo, suspiró fuerte y caminó hacia mí gestando una sonrisa brillante y corrí hacia él, nos abrazamos mientras me plantaba un beso en la mejilla.

-¿Has llegado bien?- aun me sostenía y no borraba esa curba en su rostro.

-Sip, mírame estoy enterita- Le besé la mejilla contraria a la que él besó y caminamos a su casa mientras le contaba el suceso épico en mi vida y él reía de mí.


"No puedo creer que estes aquí, Claudia"

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