miércoles, 10 de noviembre de 2010

So mucho to love, so much to learn.

Estaba nerviosa, preocupada. Nos ibamos a ver. Llegaría el momento de aclarar todo. Tic, tac, tic, tac. El tiempo pasaba como resortes, ni lento ni rápido. Desesperante.

Pero el llegará. Espera, ya llegó. Ding dong.

Abrí la puerta y no pensaba en besarle, no la mejilla, no los labios, no nada. No porque no quisiese, sino porque algo me alejaba, algo. Pero él se acercó y besó mi mejilla. Tenía una sonrisa mínima en su rostro. Pensé que quizás -solo quizás- me habría extrañado. Mi pecho enrojeció por dentro. Pasó, pero no por mucho, porque pronto salimos. Solo estaba Diego en casa y necesitabamos conversar a solas, necesitabamos sentir que no nos escucharían. Al menos, yo.

Caminamos hasta el parte tras mi casa. No tardamos mucho en sentarnos y tampoco en comenzar a hablar. Ya no recuerdo como fue que comenzamos el tema, pero recuerdo que no, no podía mirarle, de pronto -y como una curiosa casualidad- los arboles en su detrás, los sonidos, el cielo, todo tenía una repentina importancia para mis ojos, todo menos su rostro limpio. Sus ojos que me miraban de a ratos, o eso creía yo. Si lo miras llorarás. Me dije, y me mordí las mejillas por dentro de la boca.

Entonces comenzó aquel parlamento que creí largo pero fue más corto, porque no había tanto que saber en ese momento o, quizas, en aquel momento mi cerebro no quería saber tanto como en un pasado quiso saber. Como a veces, cuando recuerdo, quiero saber. Entonces hablé mirándole al cielo, mirándo a las hojas, mirándo a la gente, mirándo ocasionalmente a él, porque debía saber que yo hablaba con él. Y, justo en ese momento, él me miraba, y nos mirabamos con esa mirada de que algo sucedía, y mi voz era pausaba pero apresurada. Mi corazón latía rápido. Todo era tirabuzones de luces como en las discotecas, que ciegan pero permiten ver poquito. Él habló.

No tienes que decir nada que no quieras.

Y una sonrisa mínima, casi con tristeza, que estremeció en el borde de sus labios. ¿Habrá sentido pena? Ojala que no, porque me ofendería. Yo insistí y seguí. No quería confundirme más. Dije muchas cosas, muchas cosas que ya no recuerdo pero que seguro recordaré en algún momento que este a solas y nostálgica, me mantuve sentada mientras comenzaba a sentir un frío raro. Ahora era su turno de hablar.

Es válido decir que él es mucho más versado que yo para estas situaciones, en realidad, eso me hizo pensar si ya habría pasado por esto. Recordé que él tiene no solo más vida que yo, sino que más experiencia y me dio escalofríos. Me siento tonta, me doy cuenta que yo se poco o él sabe mucho. O ambas. Pienso que eso esta bien, pero a veces, cuando estoy encerrada en mí, me da pena, me siento mínima, como esa sonrisa. Y de nuevo muchas otras cosas tienen mayor interés que su rostro. No puedo mirarle.

Eso me sucede con casi todos los chicos, me sucedía en un inicio con él. No me gusta a veces mirar a los ojos porque me da un poco de... No sé, verguenza creo. No se si eso es machista, me confunde mucho pero temo que lo sea, temo mucho porque odio caer en el machismo. No quiero ser machista. Pero me intimida mucho esa mirada, saber que me estan mirando. Y él lo esta haciendo justo a-ho-ra.

Hay cosas que no recuerdo y que no diré porque mi memoria las ha borrado. Debe tener un motivo. Le daré el placer de no presionar.



Sus ojos estaban cristalinos. ¿Por qué no me abrazas? dijo como con un hilo de voz. Me acerqué rápido, como si fuera a escaparse de mí. Sí, sentí por un momento que se iría lejos, como un ave que rompe en vuelo. Pero no me acerqué antes por miedo, porque no quería recordar en sus brazos lo sucedido. Sentí sonidos bajos, lágrimas comprimidas hasta ser gotas mínimas inexistentes y lloré. Lloramos sin llorar.

Hablamos nuevamente, nos miramos, le vi como si no le hubiera visto la cara nunca. No le reconocí. No sabía quién era. No le dije nada sobre eso. Me olvidé que eramos enamorados, que algún día me había dicho que me quería y que se me había declarado alguna vez en su casa. Lo vi como mi amigo y solo mi amigo. Nada más. Hablamos y le tomé el rostro despacio, con los ojos llenos de gotas tristes y lo besé. Fue un beso sin suspiros apasionados, fue un beso de personas que se conocen de un tiempo, que quieren conocerse un poco más y que tiene lágrimas en los ojos porque se tienen aprecio, porque no quieren perderse. Que pueden perdonarse. Fue un beso de dos amigos que son enamorados o que aprenden a serlo.

1 comentario:

Yo dijo...

Has removido cosas profundas en mí con toda esta declaración romántica, apasionada y precisa.

Felizmente tenemos nuestra amistad, como un salvavidas oportuno entre nosotros, un vínculo que puede amortiguar muchas cosas al mismo tiempo.

De veras que pocas veces he sentido este colchón bajo el lazo de pareja que he tenido con otras personas. Al menos, pocas veces he sentido que corresponden mi amistad dentro de una relacion de enamorados. Es curioso.

Mas, creo que es comprobable en ocasiones como estas, en ocasiones adversas, donde parece que nos confrontaremos, que las penas, dudas, rencores o demas cosas, nos enfrentan, nos embisten cruelmente como un juego de mentes orgullosas e indiferentes.

La amistad nos hace escapar de un trance en el pareciera que no hay amor o paz, o ninguna de las; simplemente no podemos enterrarnos en el horizonte austivo, porque somos felizmente amigos felices.