lunes, 26 de octubre de 2009

La felicidad viene de a kilos

De sábado a domingo.... WOW

Mi papá es una persona sobreprotectora, especialmente conmigo, creo antes haberlo mencionado pero es conveniente recalcarlo ahora puesto que no creí el permiso que me había otorgado hasta que estuve en su casa.

Me explico, hace un mes mi amigo envió un correo vaticinando su cumpleaños y una reunión en celebración por el mismo. Ambos habíamos hablado mucho de él y estaba peculiarmente emocionada por la idea de asistir, creándome ilusiones que la razón eliminaba de a ratos.

El tiempo pasó y una semana antes de la fecha acordada -veinticuatro del décimo mes- comencé a entrar en colpasos de ansias. Le había dicho a mi amigo que iría pero, sinceramente, temía el problema que representaba mi padre, que no me otorgara el tan preciado permiso. Durante todas las veinticuatro horas de los siete días temí, lloré a escondidas y me asusté. Quiero ir, ¡TENGO QUE IR! me repetía insesantemente.

Mi madre sabía de mis deseos, ella me complació dándome una ayuda, asegurandome que asistiría pero no me quedaría a dormir como todas mis amigas harían No te dará permiso para eso, no lo creo me decía con su mejor voz consoladora mientras lágrimas de cólera se delizaban por mis mejillas.

TENGO QUE IR.

Dos días antes recordé varios casos de milagros que Dios brindaba a las personas cuando uno prometía un sacrificio a cambio, uno bueno; entonces, la noche del jueves oré vehemente que me permitiera ir y quedarme a dormir como quería, a cambio le daría mi mejor comportamiento y una excesiva muestra de resposabilidad en mí por toda la semana desde esa luna.

Y lo cumplió.

No le había vuelto a tocar el tema a mi papá sobre esta "pijamada" desde hacía dos semanas cuando me dijo que no y el sábado en la mañana, antes de ir a clases, me dispuse a mencionarlo nuevamente Confía Claudia, confía y entré al comedor y lo dije. Inmediatamente mi papá entró en un estado de cólera irracional y gritó. Mi madre -siempre tan bondadosa como ella sola puede ser- abogó por mí, dió opciones y buscó imponer la idea "Ella ya es grande ¡tiene dieciocho!" yo, a la vez, me abandonaba al lagrimeo amargo en la cocina maldiciendo mi mala suerte. Por el pasadizo alterno me metí a mi habitación y me refugié mascando lo que consideraba injusticia hasta que mi mamá propuso lo que pensé recibiría un rotundo y mortal NO... "Sus amigas se van a quedar a dormir..." Le escuché mientras limpiaba mi rostro "Ayá... Bueno eso podría ser" Entre en un mutismo, arreglé mi cabello despeinado y alisé mi ropa, caminé rumbo a la mesa redonda al llamado y el gran hombre de la casa expuso su premisa condicional.

"Tienes que traerme dos amigas tuyas que vayan a quedarse o sino no vas."

Abrí los ojos sorprendida, aquella oración era sencilla, la capté rápidamente y sonreí imperceptiblemente. No puede ser más fácil, ¡NO PUEDE SERLO! asentí recordando los rostros de Andrea y Blanca ¿podrían ellas hacerme tal favor? ¡Sí! ¡Ellas podrían! abrazacé a mi madre y a mi padre derrochando la felicidad por los poros, corrí por mi maletín e inyectada con una renovada alegría subí al carro rumbo a la universidad.

Y lo cumplió, de verdad lo hizo.

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